viernes, 23 de mayo de 2008

Noche

Dormía con la luz prendida, con las ventanas abiertas de par en par, con los pies desnudos, algo áspero, a la altura de su dedo índice, la tocó. Saltó. La luna, redonda, seguía allí. Miró. Él, peludo y amarillo, le sonrío como sólo los animales saben sonreír. Apenas las dos de la mañana., el reloj, violeta con numeritos verdes, daba las dos y dos minutos. Se incorporó. Tenía el pelo sucio, anudado, se toco la maraña a través del espejo. La dibujo, trazando cada nudo. Con la punta del dedo en el vidrio fue dibujando cada pelo, fue entonces cuando una risa a la altura del estómago empezó a surgir, desde abajo. Alguien el piso de arriba escuchaba tango.
Lentamente se levantó. Adormecida, caminó por el pasillo tocando las paredes. Con los ojos cerrados, tanteando con las manos, sintiendo con los dedos, como si el lugar fuese completamente ajeno, tanteo hasta sentir con su tacto los escalones, bajo cada peldaño y
Siguió hasta la cocina, en donde se desplomó sobre una silla. Allí estaba. Seguía intacto. Lo encendió, y lo fumó hasta quemarse los dedos y sentir el dolor. Era difícil precisar en qué momento se había dormido tan por debajo del mundo, tan en la tierra.
Sabía cómo eran las noches en vigilia esperándolo. Sabía que llegaría y que abriría la puerta y se encontraría con su cara y aún así quedaría perplejo y seguiría caminando como ignorándola, como pasándola por alto, pero con la respiración alterada casi temblaría de miedo.
Sin embargo había casi algo espontáneo en su ser, en él, en su figura, en cada paso, en sus ojos, la magia, dormida.
Él. Y todo lo que implicaba su metro ochenta.
Calentó la pava y tomó mate. Fue ahí, cuando la llave comenzó a intentar entrar en la ranura, hasta hacer clic.
Dos vueltas.
Clic.
Ahí estaba él y todo su ser. Sujeto tácito.
Entró, y como todas las noches, apenas si miro, y siguió, hasta la habitación.
El silencio de todas las madrugadas. Cada día es único y sin embargo parecía todo tan mecánico.
Regó las plantas.
Y así, cerrando los ojos, caminó nuevamente hacia la habitación.
Negro, negro, todo tan negro.
Fue entonces cuando lo asimiló. Desaparecería junto al alba. Cuando el sol tocara las seis de la mañana. Nada empezaría, Nada terminaría.
La energía no se crea, tampoco se destruye.
Y se durmió nuevamente, con los pies desnudos, con el pensamiento flotando entre ellos, con las ventanas abiertas de par en par.

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